Nos encontramos en pleno siglo XXI y la instrucción universitaria juega un papel muy importante en la formación de los futuros profesionistas de nuestro país, quienes deben desempeñarse con autonomía en escenarios sociales que resultan cada vez más cambiantes y heterogéneos. Por lo que la orientación educativa tendrá como objetivo asegurar un tránsito exitoso del estudiante en su paso por del nivel superior al campo laboral; por lo que el orientador educativo se encargará de brindar una atención humanista al estudiantado enfocándose en la orientación profesional, sin que se olvide de cuestiones como la familia y los contextos sociales que del estudiante derivan, todo ello permitirá una inserción exitosa en la división social del trabajo y a la misma sociedad de la cual ya se forma parte.

Por lo que el orientador “ha de privilegiar el compromiso de contribuir a la formación de ciudadanos que posean conocimientos científicos y tecnológicos necesarios pero que, además, puedan alcanzar el bienestar y comprometerse con la solución de problemas que enfrenta la vida a nivel social” (Sánchez Cabeza, 2017).

Podrá pensarse que en la universidad, el educando ya tiene un proyecto de vida definido, sin embargo, se encuentra lleno de temores por el mismo motivo, dejará de formar parte de la vida estudiantil para incorporarse a una vida más activa y productiva, por lo que “la orientación le proporcionará al alumno el conocimiento que tenga de sí mismo y del mundo para que pueda vivir con la mayor felicidad posible” (García Hoz, s.f., p. 11).

 

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